9 de marzo. Celebración de la pasión de los cuarenta mártires de Sebaste.
Manjar típico: "Soldaditos
de Sebaste" – en rumano “mucenici”
(pronunciar
mucheníchy)
Según
San Basilio de Cesarea, llamado Basilio el Magno (ca. 330 -1 de enero, 379), santo
de la Iglesia Ortodoxa y uno de los cuatro Padres de la Iglesia Griega, junto
con San Atanasio, San Gregorio Nacianceno y San Juan Crisóstomo, cuarenta
soldados que habían confesado abiertamente su condición cristiana, fueron
condenados por el prefecto a estar expuestos desnudos durante la noche sobre
una laguna helada cerca de Sebaste.
Esto se ve reflejado en
la bonita iconografía de esta fiesta.
Entre los confesores, uno cedió y, dejando
a sus compañeros, buscó los baños calientes cerca del lago que habían sido
preparados para quien quisiera renunciar. Uno de los guardias que vigilaba a
los mártires vio en este momento un brillo sobrenatural sobre ellos – según la
tradición ortodoxa, dicho brillo lo constituían las sendas coronas del martirio
cristiano, que Jesucristo les mandaba desde los cielos.
En
ese momento se convirtió al cristianismo, y despojándose de sus vestiduras se
unió a los otros treinta y nueve. Así, el número de cuarenta se mantuvo
constante. Al amanecer, los cuerpos rígidos de los soldados, que aún mostraban
señales de vida, fueron quemados y sus cenizas arrojadas a un río. Los
cristianos, sin embargo, recogieron los preciosos restos que quedaban y las
reliquias fueron distribuidas por muchas ciudades. De esta manera, la
veneración de los cuarenta mártires llegó a extenderse, y se erigieron en su
honor numerosas iglesias.
En
recuerdo de la pasión de aquellos soldados cristianos, el 9 de marzo, la
tradición manda hornear (al menos) 40 roscos antropomórficos (parecidos a la
cifra ocho, o incluso imitando un monigote) destinados a compartir con la
familia, los allegados y los vecinos, toda vez que se han de beber 40 tragos de
vino. Otros autores hablan de vasos - que no tragos – mientras otros sostienen
que la cifra mágica es 44. Desde aquí, insistimos que el consumo exagerado de
alcohol no suele ser bueno.
Hoy
es el día de los cristianos cuyos nombres no tienen santo homónimo en el
santoral.
Según
la tradición popular, el que haga caso omiso de la ritual celebración se
arriesga a enfermar durante 40 días; en cuanto al tiempo, sostienen que tal y
como será este día lo serán los 40 días venideros.
Receta
para chuparse desde los dedos hasta los codos...
SOLDADITOS
DE SEBASTE
2
kilos de harina blanca de trigo
200 g pasas
3
tazas de leche
100 g de levadura de panadero
2
sobres de azúcar avainillado
1
ínfima cucharadita de sal
12
huevos
250 g. de mantequilla
500 g de azúcar
Cáscara
de limón y naranja, rallada – a su gusto
50
ml de lo que l@s ruman@s llaman “ron” - un licor aromático de nombre “Stroh”.
Bueno, si no tienen, Cointreau, Grand Marnier, licor Triple o algún oloroso
viejo podrían dar el pego. Pero sabor rumano – rumano no tendrá; lo
siento, las cosas como son.
La
noche anterior se sacan del frigorífico la levadura y los huevos para estar a
temperatura ambiente.
Echamos
la harina en una fuente grande.
Separamos
las yemas y las mezclamos con el azúcar glass, un poco de sal y la vainilla.
Añadimos
la ralladura de limón y naranja.
Fundimos
la mantequilla y la guardamos.
Escaldamos
2 cucharadas de harina de la susodicha con 200 ml de leche caliente. Mezclamos
enseguida y concienzudamente, cual castigo, para que no se formen grumos; luego
la indultamos y dejamos entibiar.
Ablandamos
la levadura con una cucharada de azúcar y añadimos una taza de leche caliente,
junto con un par de cucharadas de harina (más de lo mismo, de arriba).
Mezclamos y dejamos subir.
Cuando
empiece a subir, añadimos la harina escaldada ya tibia (que no queme el dedo),
mezclamos bien y la dejamos de nuevo subir; cubierta con un pulcro paño y en
lugar calentito.
En
la fuente con harina se echan, por este orden: el azúcar con las yemas, la
mantequilla fundida, la levadura, más tanta leche como para cubrir la harina.
Amasamos
con cariño todos los ingredientes hasta obtener una masa no demasiado
consistente, pero tampoco blanda, a la que a continuación añadimos unas
cucharadas de aceite, y seguimos amasando durante al menos 30 minutos.
Si
la masa queda demasiado pegajosa, se le puede añadir algo de harina (1-2
cucharadas). No me pregunten de donde. Si no tienen harina en la cocina aparte
de un solo kilo que le dije yo, no tiene sentido meterse a pastelero
aficionado; no es para usted... Apáñese algún/a amig@ o familiar ruman@ que
sepa preparar esta receta, y agarre una botella de buen tinto, como es mandado.
Crecerá ante los ojos de los anfitriones, ya que en esta fiesta dicen que es
menester tener 40 soldaditos y tomar 40 vas(it)os – de vino. En las culturas balcánico-ortodoxas
- ya que toda comida que se precie ha de ser consagrada por el sacerdote del
lugar antes de dar cuenta de ella - el único vino aceptado es el tinto. Bueno,
para los ateos, a lo sumo un rosado; pero que no sea seco, so pena de ver
alguna ceja levantándose condescendientemente.
Se
deja la fuente con la masa en un lugar caliente, cubierta con un paño limpio y
dejamos subir una hora aproximadamente...
…
hasta que triplique su volumen.
Una
vez obtenido el volumen deseado, formamos largos y finos cilindros que
trenzamos, dándoles forma de la cifra 8, que recuerda vagamente a las figuras
antropomórficas.
Calentamos
el horno a 180º.
Colocamos
los soldaditos sobre papel de hornear, en una bandeja, y dejamos subir otros
30-40 minutos.
Acto
seguido, se untan con huevo batido y se hornean durante unos 45 minutos, a 180ºC, hasta que cojan bonito
color.
Mientras,
se prepara un almíbar con 200 ml de agua, 500 g miel, una vaina de vainilla abierta en
canal y un chupito del mencionado licor para aromatizarlo.
Mientras
estén aún calentitos, se sumergen los soldaditos en el almíbar templado unos
20-30 segundos, asegurándonos que están bien empapados. Se sacan en una bandeja
de servir, se untan con un poquito de miel – o un mucho, según gusten - y se
espolvorean con nueces ralladas mezcladas con azúcar (en proporción 4:1).
Y si
ahora no saben qué hacer, lo suyo no tiene arreglo. Pero primero lávese las
manos, porque los cubiertos son una pijada baladí; jamás experimentará mayor
placer que el de pringarse con miel y saborear un buen vino, como los romanos.
A vivir, que son dos días.