Los tiernos rayos de sol de una tarde de sábado
empiezan a palidecer, dejando lugar a recuerdos ya un tanto lejanos. Lejanos en
tiempo y también en espacio.
Érase una vez un niño que vivía con sus padres. Cada
año, el Adviento venía disimulado bajo el mote de “mes de los regalos”, o sea
que el consumismo no entiende de política.
Los exámenes escolares parecían los únicos
escollos para poder empezar a disfrutar de los esperados acontecimientos de la
época invernal.
Pasen y vean. Están invitados.
Las primeras nevadas.
La primera mañana después de que papa Invierno
envolvía con su impoluto manto blanco la naturaleza urbana, se desataba la
locura infantil. Aparte de los combates con bolas de nieve, y de los tortazos
de nieve que tan poca gracia hacía a las compañeras de clase, todo recreo valía
para improvisar pistas ad-hoc para deslizarnos a modo de patinaje sobre algún
tramo de acera.
En el plano mítico, el primero en abrir el baile
era San Nicolás, el precursor de Santa Claus.
En oriente lo llaman Nicolás de Mira, por la
ciudad donde estuvo de obispo, pero en occidente se le llama Nicolás de Bari,
por la ciudad donde se encuentran sus reliquias.
Nicolás fue en el siglo IV el obispo de Demra, la
antigua Mira, una pequeña ciudad en la costa mediterránea turca. Según la
tradición cristiana, se le atribuyen no pocos milagros, pero el que nos ocupa
es el que cuenta que, siendo aún joven, se compadeció de un desquiciado hidalgo
de la localidad de Patara, en Licia, que habiendo caído en la más absoluta miseria se había
visto obligado a prostituir a sus tres hijas (según la leyenda, hermosas y
honestas). Por la noche, el santo tiró tres calcetines llenos de piezas de oro, por la chimenea de
la casa de aquel desdichado padre, con lo que “proveyó el oportuno remedio".
Según esta bonita tradición, papá Nicolás es muy generoso con los niños
buenos – les trae
chocolates, dulces, nueces y regalitos, que, en la mañana de su fiesta,
aparecen en las botas y los zapatos - que cada niño haya limpiado, abrillantado
y colocado con esmero al lado de la puerta de su casa.
Icono rumano pintado “tras vidrio” (Laz, 1894).
Representa a San Nicolás sentado en un trono con decoraciones barrocas y ataurique, bendiciendo con la mano derecha, mientras en la mano izquierda sujeta el Evangelio. Viste trajes de alto jerarca – omophorion[i], epitrachelion[ii] y epigonation[iii] - y lleva mitra arzobispal.
La autora de este icono no es otra que la recientemente fallecida Maria Poienariu-Deac (1923-2015), hija de Ilie Poienariu II.
Pero el mismo santo castiga a los niños desobedientes y perezosos. Por eso, los que no se han portado bien durante el año se arriesgan a encontrar en sus zapatos una vara – en alusión a un potencial castigo.
"¿Qué te ha dejado papa Nicolás?" "Una varilla..." |
El mes acaba de empezar; con lo cual, al mejor
amigo del campesino rumano en invierno – he nombrado al cerdo – pocos días le
quedan, ya que la matanza tradicional coincide con la fiesta de San Ignacio de
Antioquia según la tradición ortodoxa – o sea, el 20 de diciembre. Pero esto es
harina de otro… costillar.
Así y todo, y según la meteorología de cada lugar,
las sobremesas o las largas tardes invernales se acompañan con dulces, entre los cuales un importante
lugar lo ocupa un perfumado pan de especias.
He escogido la receta que utiliza una hermana de
mi madre, por ser la misma que heredó de mi abuela materna.
Va por ellas.
PAN DE ESPECIAS DE LA TITA
MACRINA
Mi tía Macrina, a sus 80 y tantos añitos, sigue horneando, de vez en cuando, este pan de especias, cuya receta heredó de su madre - a la sazón, mi querida abuela Aglaia. A buen seguro usa algún conjuro, porque suele desaparecer como por arte de magia...
1 taza de miel (unos 300 ml). Por favor, que sea rumana – es que la miel de aquel país
no tiene parangón. Me decantaría por la de tilo o la de acacia (junto con la
poliflora, también llamada mil flores, es la única que no cristaliza de manera natural).
1 taza de azúcar
1 taza de
aceite (de semillas, mejor
que de oliva)
6 yemas grandes (8 si los huevos son pequeños)
1 cucharadita de bicarbonato de sodio (pregunte a sus amigos por alguna tienda rumana)
1 pizquita de sal
El zumo y la corteza rallada de medio limón
½ cucharadita de vainilla molida
2 cucharaditas de canela molida
Una pizca de pimienta perfumada ayuda mucho, al igual que algunos clavos de
olor, igualmente molidos.
También podemos mezclar canela y pimienta
de Jamaica, molidas, en partes iguales, para un aroma más sensual.
Otra posibilidad sería hacer un cóctel con las
siguientes especies, molidas:
35 g canela
9 g clavos de olor
2 g pimienta en grano
1 g nuez moscada
2 g cilantro en grano
1 g cardamomo.
- 500
g. / 18 cucharadas de harina
Mezclamos todo con una cuchara.
- las claras de huevo a punto de nieve, con
6 (u 8) cucharadas de azúcar y esencia de ron/licor Stroh[4]
al gusto y
- 200
g. nueces mondadas ligeramente machacadas, para
que queden trocitos.
Ponemos la mezcla en moldes alargados de plum cake
y horneamos en el nivel 1 del horno por espacio de 60 minutos a 180° C.
Al sacar, desmoldamos y espolvoreamos con azúcar
impalpable; antes de cortar, dejamos que se enfríe.
No se pierdan las próximas entregas: dos
vertientes de la música de la Natividad en Rumania, más recetas y más rituales.
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