Hoy
está nublado en la Costa del Sol. Tiempo idóneo para que la nostalgia, más que
insinuarse, se le instale en el alma de uno sin ton ni son. Con lo que nada
mejor que una equilibrada racioncilla de literatura gastronómica, marca Radu
Anton Roman.
De
su obra maestra, os traduzco hoy dos recetas. Una va de gallináceas, la otra –
de algo muy conocido por aquellas tierras, pero con un punto nada fácil de
conseguir.
Manos
a la obra.
Primer plato. Caldo de gallina con fideos caseros
Bors moldovenesc de gaina cu tocmagei |
Tierra
mágica, fuente de leyendas de todo tipo, centro espiritual rebosante de
monasterios, un mundo de cultura y arte popular imposibles de fechar, suerte de
patria chica para la gran literatura que habla del macizo Ceahlau, y del Ozana
que hermosamente fluye, las colinas sobre las que descansan los vertientes de
los montes Stanisoara, en la comarca de Neamt, han sido orígenes también para
esta suerte de caldo pronunciadamente ácida, que tiene por sagrada misión
despejar las nubladas inseguridades de los amaneceres desolados, herederas de
noches en vela sin punto en común alguno con la castidad o la pobreza monacal
del vecindario.
Ingredientes
Una
gallina (escogida en un corral de Târpești, por ejemplo, en la finca de los
maestros de la familia Popa, quienes además de iniciarme en el fabuloso arte de
las arcaicas máscaras, y los trenzados de todo tipo, también me guiaron en mi
acercamiento a este arte tan moldavo – estoy echando en falta un atributo; le
iría bien añadir “y tan expresivo” ¿verdad? – del caldero).
Medio
litro de bors (ya conocen esta poción acida de propiedades anti-resaca).
Medio
litro de suero de mantequilla.
Una
tacita de salmuera de las hortalizas encurtidas – murături.
Un
plato de hortalizas encurtidas – pepinillos, repollo, tomates verdes - lo que
se tercie.
Hortalizas:
•
Apionabo
•
Cebolla
•
Chirivia
•
Colinabos
•
Puerros
•
Zanahorias
Verduras
- hojas de:
•
Acedera
•
Armuelle
•
Perejil
•
Tusilago
Un
par de platos de fideos caseros al huevo.
Sal
y harina – lo que haga falta.
El
ave bien limpio ha de ir al fuego, sumergido en agua del pozo familial (esto,
para seguir en la atmosfera del arriba mentado pueblo de Târpești). Nota bene,
en la zona también se deja el hígado en la sopa.
Se
hacen los fideos - finitos como una ceja de la hija del pope, que describió Ion
Creanga en sus “recuerdos de la infancia” – y se dejan secar.
Fideos caseros - tocmagi o tocmagei |
Picamos
las hortalizas frescas y las pasamos al caldero, después de que la gallina, en
pleno calentón, haya perdido parte de la terquedad propia de su edad y haya
iniciado tiernamente su vuelta hacia su adolescencia.
La
verdura y las hortalizas encurtidas se pican.
Una
vez la gallina cocida, se saca y se corta en trozos, mientras se echan al fuego
la mezcla acidificante y los fideos.
Una
vez los fideos cocidos (poco más hechos que “al dente”), devolver la carne a la
olla, espolvorear la verdura y volcar la mamaliga en su correspondiente tabla
de madera, pues los platos, las cucharas y los comensales aquejados por la
resaca llevan un buen rato esperando, cual ejercito de cautivos perdidos.
Una
vez hayan dado cuenta de esta sopa, se puede pasar al segundo plato.
Segundo plato. Albóndigas
moldavas (pârjoale moldovenești)
Pârjoale moldovenești |
Las pârjoale
son una especie de albóndigas de carne que nos muestran claramente y tostado
sobre blanco roto (es que su mejor guarnición siempre fue un buen puré de
patatas) que si el sur valaco y balcanizado no nos hubiera impuesto, junto con
su habla oficializado, vocablos como kyofté, o ciulamá, nunca nos hubiésemos
dejado embaucar por la falsa idea que todos nuestras viandas han sido
previamente degustadas por los osmanlíes.
Estas
palabras invasoras no llegaron a Moldavia – y a Transilvania tampoco – junto
con el producto, con su representación física, sino que lo han encontrado aquí,
en la cocina, ya preparado, humeante y todo, y lo han confiscado, junto con su
pasado antiguo (al que luego borraron de toda memoria).
A
pesar de todo esto, el ocupante no logró lavar todos los cerebros, de manera
que siguen parpadeando, aquí y allá, pequeñas lucecitas de otro mundo, antiguo
él, que llama a las sopas zeamă, (del latín zema, el que propició
el español zumo…), al pilaf – plachie (pronunciado plakie)
y que no olvida que los mititei (no os digo nada, abundan por la red
explicaciones para entretenernos en esto) son una pârjoală arcaicamente
asada, al carbón (y que sobrevivió a sus achicharradas herederas, las
kiofté-albondiguitas, como el ornitorinco y los patitos, o los cocodrilos con
las ranitas de San Antonio).
Ingredientes:
500 g carne de ternera
500 g de aguja de cerdo
150
ml leche
350 g miga de pan blanco
2
cebollas grandes
Eneldo
(imprescindible para llamarlas pârjoale)
Perejil
4
huevos
1
patata
300 g mantequilla
200 g pan rallado – que en la
campiña se sustituye por sémola de maíz
Sal
y pimienta
Preparación
Picar
la carne
Mojar
la miga de pan en la leche y escurrir bien.
Picar
la cebolla sin prisas y rehogar a fuego lento en mantequilla.
Picar
muy menudo las hojas de eneldo y perejil.
Rallar
la patata cruda en el rallador pequeño.
Batir
los huevos.
Mezclar
cual masa la carne, la miga de pan, la cebolla, el eneldo, el perejil, la
patat, sal y pimienta al gusto y 100
g de mantequilla.
Disponer
pan rallado (o sémola de maíz) en un plato llano.
Coger
la mezcla con un cucharón – la pârjoala auténtica es como la palma de la mano –
revolcar en el pan rallado, aplastar hasta tener 1 cm de grosor y darle forma
alargada – como la palma de un niño.
Freír
en mantequilla, en sartén tapada, a fuego muy lento, hasta que estén bien
doradas por ambas partes.
Sugerencia de presentación |
Con
un puré de patatas y una ensalada repollo encurtido, o sencillamente con unos encurtidos rumanos variados, las pârjoale alegran y hartan desde hace
siglos a la humanidad dacorromana sazonada con algunos polvillos
búlgaro-lingüísticos. Las recuerdo desde mi niñez, presentes en todo mostrador,
de cualquier posada o venta, en cualquiera de sus variantes (sería interesante
como llaman hoy los mesoneros y los fast-food a las pârjoale).
Mas
preparadas como se los detallé más arriba, nos brindarán la oportunidad del
reencuentro no solo con la cocina de nuestros abuelos, sino también con un vino
perteneciente a la misma época.
El băbească
neagră es un cepaje algo así como el Beaujolais de Rumania (siendo el
Burdeos el fetească neagră),
sobretodo si es oriundo de los viñedos de la comarca de Tecuci – concretamente
de Nicoresti y de Buciumeni. Es un vino ligero, de porte fresco, con capa de
color rojo apagado, a veces sorprendentemente elegante. De sabor vivo, algo
ácido, ostenta mucha energía, pero también suavidad y agilidad. En sus añadas
afortunadas, sube hacia la marca de los 12º, puede ser buen compañero de juerga
mientras no se pase uno (bebido a cántaros en vez que a la jarrita, es
vengativo, probando su áspero peso, menos evidente a primera vista). Por lo
general, no se puede guardar más de dos o tres años; al ser frágil, se puede
volver vinagre sin previo aviso.
Vino
amplio en su segunda juventud, la băbească neagră tiene derechos de D.
O. en Nicorești, o sea que la enología mundial le reconoce su valor y
originalidad.
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