domingo, 28 de junio de 2015

Carta a mis amigos P. y M., viajeros rumbo a Rumania.




Estimados y queridos amigos míos,
Ahora, en vísperas de vuestra salida hacia mi tierra (en rumano țară), y a pesar de las entretenidas tertulias que tuvimos, me estoy dando cuenta que se han quedado en el tintero no pocas cosas. Os iré desgranando algunas, con la esperanza de que os sean útiles y que podáis disfrutar de buenas vivencias allí.

Como ya confesé hace tiempo, mi propósito no es el de ensalzar los atractivos de Rumania que ya están en la lista UNESCO, sino otros, no menos valiosos pero sí injustamente menos publicitados.

No me referiré a la etapa brasoviana de vuestra estancia, donde tendréis a disposición el apoyo del equipo organizador del Instituto Cultural Rumano, sino que iré un poco hacia la parte final de la misma, la de vuestro viaje a la Tierra Alta de Moldavia. Ya sabéis que, en buena lógica, repudio el topónimo “Bucovina”, lo mismo que el de “Basarabia”, ambos teniendo en común la ocupación por parte de imperios aledaños, de sendos territorios moldavos, bautizados con nombres inventados ex propósito, como para justificar los raptos. Porque el principado de Moldavia se dividió histórica y administrativamente, en dos țări – tierras - Țara de Sus y Țara de Jos. Huelga recordar la analogía etimológica con – por ejemplo – los riojanos monasterios de Suso y de Yuso; con lo que traduciríamos al español como Tierra de Arriba y Tierra de Abajo.


A ver; una vez llegados a la parte septentrional de Moldavia Occidental, además de los importantísimos monasterios a los que ya se les concedió el título de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, insistiría muy mucho a que pidáis a vuestra anfitriona Raluca que os indique debidamente como llegar al pueblo de Ciprian Porumbescu (único autor en la historia del arte en componer coros elegidos como Himnos Nacionales de sendos países a la vez – ver entrada publicada en el blog).

No se os pase el pueblo de Marginea (con su cerámica negra):
Ceramica y paños de Marginea

Tampoco la mina de sal de Cacica, una de las muchas minas del país:






 Si será posible, el museo de trajes tradicionales de Sófia Vicoveanca en Vicovu de Sus será un exquisito colofón de vuestro viaje por tierras altas de Moldavia (Doña Sófia es una verdadera reina del cante popular de la zona, reconocida como tal a nivel nacional e internacional – y una bellísima persona).
Sófia Vicoveanca, una gran voz de la canción popular rumana


Me consta que ver tanto monasterio, fresco e icono puede resultar algo agobiante, pero si acaso os podréis acercar al pueblo de Bălinești, la iglesia Sfântul Nicolae os valdrá ver unos frescos cargados incluso de información antropológica.

Iglesia Sfântul Nicolae de Bălinești

Allí, el autor de los frescos es el presbítero Gavril, un “producto del medio artístico moldavo […] que por la fiel reproducción de los prototipos de los cuatro evangelistas del Tetraevangelio de 1429, como por la asimilación orgánica de los principios estilísticos fundamentales de sus predecesores y mediante la integración de éstos en su propia síntesis artística, el presbítero Gavril siguió fielmente la tradición de la escuela moldava de pintura del siglo XV.


Mas el origen rumano de este artista viene confirmado por otro rasgo estilístico: la presencia, en las pinturas de Bălinești, de los tipos auténticamente rumanos. Junto con tipos tradicionales griegos, presentes en la pintura religiosa de todos los países ortodoxos, en la pintura de Bălinești se encuentran no pocos personajes cuyos rostros, particularmente vivos y expresivos, son verdaderos retratos de gente corriente.
El Santo Emperador Constantino, por el presbitero Gavril (de Bălinești)

La Santa Emperatriz Elena, por el presbitero Gavril (de Bălinești)
















Por ejemplo, las imágenes de los santos Constantino y Elena, representados en su sitio tradicional – en la pared oeste de la nave, a la izquierda de la puerta. La expresividad, la autenticidad y el total rechazo a la sofisticación de sus rostros, convierten a los dos “santos emperadores” en sendos retratos de verdaderos campesinos rumanos. Acerca de estas dos representaciones, es ilustrativo, para más señas, un comentario hecho por el bizantinólogo británico Talbot-Rice. Poderosamente impresionado por los rasgos del todo fuera de cánones de estos dos santos de Bălinești, Rice dijo “aquí, las caras son esencialmente rumanas; ni griegas, ni orientales” (here the faces are essentially roumanian: neither greek, nor oriental - David Talbot Rice, G. Millet, Byzantine Painting at Trebizond, 1936).

(Sorin Ulea. “Gavril Ieromonahul, autorul frescelor de la Bălinești. Introducere la studiul picturii moldovenesti din epoca lui Stefan cel Mare.” En “Cultura Moldoveneasca in timpul lui Stefan cel Mare”, Bucarest, 1964)



Para terminar, me remitiré a lo escrito hace ya un siglo por Eugène Pittard, un antropólogo suizo enamorado de Rumania, en su libro “La Roumanie. Valachie – Moldavie – Dobroudja” (Ed. Bossard, Paris, 1917): “Fue el campesino rumano quién hizo el reino de Rumania, esta Rumania que alimentó con su labor de cada día. La patria por él habita, desde los albores de su historia, fue generosamente regada con su sangre. Por ser valiente bastión defensivo en contra de la ola irresistiblemente lanzada por las huestes osmanlí, la Europa cristiana bien puede dedicarle su infinito agradecimiento. No me corresponde a mí juzgar la política de los dirigentes del estado rumano en según qué época de sus aventuras históricas, pero me consta que las paginas gloriosas de Rumania fueron escritas con la valentía del campesino, el hombre vestido de cojoc, opinci y caciula*.”


¡Que os vaya bonito, y hasta la vuelta!

* A buen seguro, Don Nicolás Popa os explicará, durante vuestra estancia en la casa de sus padres de Târpești, el significado de estos términos. Y no dejéis de traeros alguna máscara típica del lugar.





La cultura Rumana y sus máximos exponentes (II). Ciprian Porumbescu, un caso único. Un compositor, dos himnos nacionales de sendos países.




El pueblo antaño llamado Stupca se ubica en el la carretera condal ("Drumul Judetean") 178, a 18 km de Gura Humorului, habiendo constancia documental de su existencia hacia el año 1546. El nombre está relacionado con la estirpe dacia de los Costoboci/Costobocae, del etnónimo CO-STO-BOCAI (“los que viven en el hayedo”). En el año 1954 se le bautizó con el nombre de su hijo más ilustre, el compositor e intérprete Ciprian Porumescu (1853-1883).

Sello conmemorativo del centenario de su nacimiento

Recibió sus primeras enseñanzas musicales a los seis años, por parte de un discípulo de Chopin, director del conservatorio de Lemberg, oriundo del mismo pueblo, y un músico del pueblo le regaló un violín Amati de 1626. Posteriormente estudió en el “Konservatorium fur Musik und darstellende Kunst” de Viena, teniendo como profesores a Anton Bruckner y Franz Krenn, entre otros.
Falleció de tuberculosis antes de cumplir los 30.
Está enterrado en su pueblo natal, en el panteón familial del cementerio “San Demetrio” (monumento nacional).

Hombre comprometido con los ideales nacionales rumanos, sus obras más conocidas son la opereta “Crai Nou” (literalmente, “luna nueva”; pero el sentido sugerido, inspirado, tras la Unificación de los principados danubianos, en el ideal rumano de la reunificación con la patria y el fin de la ocupación habsburgica, es el de nueva época, de un rey  - crai – nuevo) y la “Balada” para violín y orquesta, op. 29.


Pero pocos son los que saben que Porumbescu ostenta un curioso record. Dos de sus canciones patrióticas – «La canción de la tricolora» (“Cântecul Tricolorului”, en alusión a la bandera rumana), que fue himno nacional de Rumania; unas desafortunadas letras, postúmas, adaptadas al anterior régimen hicieron que, tristemente, buena parte del pueblo acabara asociándola con aquel) y respectivamente «Unidad, nuestra bandera» (“Pe-al nostru steag e scris Unire”) que – otra vez, con letras adaptadas, lógicamente esta vez – es incluso hoy en día, himno nacional de Albania: “Hymni i Flamurit”. Estamos ante un caso único a nivel mundial, cuando un mismo compositor es el autor de sendos himnos nacionales de dos países a la vez. Ahí es nada.





No dejen de visitar la casa museo de Ciprian Porumbescu. En el jardín delantero, les recibirá una monumental estatua de bronce, obra del escultor Dimitrie Cailean (oriundo del mismo pueblo).

Estatua de Ciprian Porumbescu por Dimitrie Cailean (1978)


Tuve el privilegio de presenciar la inauguración de dicho monumento, en el 125º aniversario del nacimiento de  quién sus conciudadanos hasta hoy, siguen llamandóle cariñosamente, con el dulce deje local, como Ciprian.


El horario de la casa-museo es de 10 a 18 horas cada día. Lunes cerrado.


Sarmale en superlativo (2) Las recetas del maestro Păstorel. Gastronomia de Rumania; la gran desconocida (4)



II. En hoja de parra.

Receta del mismo Păstorel, esta vez en su volumen recopilatorio “Gastronomice”. La reproducimos a continuación, procurando no mermar la gracia del autor – cosa difícil, para más señas.

La víspera es cuando hay que comprar las hojas de parra – cosa de un kilo. En origen (Rumania) se encuentran en los mercados o en tiendas de verduras y hortalizas, guardadas en grandes barricas y en salmuera. En España u otros países, en tiendas de productos rumanos y otras naciones de la zona, las venden sea al vacío, sea en botes de cristal. Una vez en casa, se han de desalar durante doce horas en agua fría.
El día de autos, antes de proceder a picar la carne, debemos escurrir las hojas y escaldarlas en agua hirviendo.

Rehogamos unas cinco o seis cebollas picadas con mantequilla – o si se quiere, con una mezcla de aceite de oliva y mantequilla, cuidando a que el aceite sea de baja graduación. Pasamos dos veces la carne (un kilo de carne de buey o parientes cercanos del mismo) y la cebolla enfriada, por la picadora. Hay quien le añade una tacita de arroz bien lavadito a esta mezcla; no lo aconsejo. Mezclamos bien y salpimentamos al gusto, añadiendo de vez en cuando un poquito de agua, hasta obtener una masa algo mullida sin llegar a esponjoso.
Se quitan las nervaduras de las hojas y se corta cada hoja en cuatro partes.
Se coloca el relleno en medio de cada cuarto de hoja y se enrollan las sarmale – cosa que precisa algo de maña.
Las sarmalute, como su diminutivo nombre lo indica, han de ser menuditas – algo más grandes que las aceitunas gordal o cornicabra.
Olla de sarmale.
Cerámica de Marginea.

En la olla o cacerola – la de barro da mejor sabor – empezamos por colocar una finísima capa de mantequilla a la que cubrimos con unas cuantas hojas de parra (se suelen dejar las hojas más grandes y menos finas). Por encima se coloca una tanda de sarmalute, y seguimos alternándolas con mantequilla. Al llegar al borde, añadimos tomate triturado y el ya consabido bors (lo venden en la misma tienda con las hojas de parra - o en su defecto una mezcla de agua y vino algo seco) hasta cubrir las sarmale. Tapamos y ponemos al fuego mediano. Si fuera necesario, se completa de liquido – bors, agua caliente o, mejor aún, caldo de carne (¡pero no del de pastilla, por piedad!). Tras un par de horas, se introduce la cazuela tapada en el horno y se dejan hasta cobrar un bonito color dorado.

Al igual que sus hermanas vestidas de col, también estas son más ricas al día siguiente. Al recalentarlas, para incrementar su sabor, se le añade un vaso de vino blanco (no necesariamente seco).

Este plato pertenece a la región de Moldavia (no confundir con el estado homónimo; es un vestigio estalinista para ocultar una ocupación) y allí, las sarmale se hacen redondas. Pero si sustituimos la forma esférica por la cilíndrica, adoptada por comodidad en el resto del país, seguramente que el sabor no sufrirá alteraciones.
Versión horneada hasta quedar de esta forma.
Unas como éstas han levantado una celebración navideña,
cuando nadie pensaba que le cabía ni una copa de Ribera más.
Error...
Sugerencia de presentación.

Junto con estas sarmalute vendrá bien colocar al alcance de los comensales algún recipiente con nata-crema, espesa – o de yogur, para que cada uno se sirva a su gusto y conveniencia.

miércoles, 24 de junio de 2015

Sarmale en superlativo (1) Las recetas del maestro Păstorel. Gastronomia de Rumania; la gran desconocida (3)



I. En hoja de col

Sarmale en hoja de col
Foto cortesía de Papamond.ro

Ya sé lo que van a decir: otro que viene con estos rollos (nunca mejor dicho).
Me apuesto algo – por determinar, negociando – que la receta que viene a continuación no la conocen.
En primer lugar, porque ni siquiera la conocen todos los rumanos - salvo los que, además de tenerlo en casa, también se hayan dignado de leer el libro “De re culinaria”. Autor, el celebérrimo Al. O. Teodoreanu, alias Păstorel (1894-1964).

















  Junto con “Gastronomice”, son dos tomos - entretenidos pero no muy extensos - de ensayos y relatos, escritos con sentido del humor, y salpicados de epigramas y sonetos, que gravitan en órbita doble, alrededor de gastronomía y enología.
Y luego, porque el susodicho vuelve a incurrir en la alabanza de la cocina regional de Moldavia, por encima de las demás regiones, algo que debe molestar algún ego desmesurado. ¿Cómo explicar sino el hecho de que en ninguna página web aparece la referencia a la superioridad – demostrada, para más señas - de la cocina moldava? Y es que en los artículos, ensayos y libros de este Señor de las letras abundan las referencias superlativas a dicha cocina, con predilección por aquella de la ciudad de Roman.
Doy fe de ello; la suerte me ha bendecido con una suegra (a la que me suelo referir como “la mamá de mi mejor mitad”, porque de la típica suegra no tiene ni un ápice) oriunda de dicha ciudad, y cuyas hazañas gastronómicas rayan en la perfección.
Pero volvamos a lo que nos ocupa a continuación.
Al que paciencia de saborear las palabras del autor tenga, y la buena ocurrencia de ponerse el delantal y las manos a la obra también, feliz recompensa le espera, con tal de que sepa maridar este plato, ya convertido en manjar de dioses, en pecado (de gula u otra índole, que no se pueda escribir).

Allá vamos.

“Al ponerme a escribir el título arriba mencionado, durante un momento fui poseído por una divertida visión.
Me vi con traje de ceremonia, soltando lo que viene a continuación, delante de un círculo de amas de casa y profesoras de arte culinario.
Oía los murmullos en voz baja crecer amenazantes y notaba la colosal ola protestataria levantarse, dispuesta a aplastarme. De ahí que el papel se me tornó de pronto simpático: “scripta manent”.
Las buenas señoras suelen ser suspicaces, incluso y no exclusivamente en asuntos de cocina, cada una teniendo la firme convicción que la mejor receta es la que ella tiene – y no puede haber otra.
Pero yo, al creer que una historia de la cocina es una de cocineros y no de cocineras, ni de amas de llaves, sería ignorar las supersticiones y los prejuicios que atizan la lumbre de la mayoría de los hogares y escuelas del gremio. Georges Courteline avisó que las féminas son superiores a los varones en cuestiones de sensibilidades.
Con lo que yo, contrario a la primitiva obstinación de las cocineras, no exijo autenticidad por parte de una receta, mas quiero que sea sabrosa y sobretodo bien ejecutada. Me quito el sombrero ante toda innovación acertada. En cambio, ante un invento frívolo, presentado tal cual y con la única razón  de que así fue recomendada por su autor, cojo mi sombrero y me voy a otro garito.

La “sarmá”, por ejemplo, es plato de turcos. Pero tal y como el turco lo hace, que se lo coma él. No veo razón alguna por la que tendríamos que tragarnos carnero picado con arroz y pasas, envuelto en hojas de col (la “sarmá” es esto, en sus orígenes), hoja de parra, espinaca o acederón. Cierto es que el Profeta le ha vetado al turco la carne de cerdo, mas yo no le permito al Profeta entrometerse en mi cocina, donde sus prohibiciones son inoperantes. Y es que en un tratado de gastronomía comparada, muy a pesar de que fue el turco quien la inventó, la sarmá turca no encontraría lugar como no se de una versión grosera de un plato que al pasar por la cocina moldava y rusa, alcanzó la excelencia. Una vez más, cada nación puso de manifiesto sus preferencias.
Hay un sinfín de recetas de sarmale, yo mismo conozco una docena de ellas. Pero por esta vía, comunicaré a mi preferida, la única que, en mi opinión, encuentra su sitio de honor en la gran gastronomía.


DEBO INSISTIR QUE SE DEBE A LA SUTILEZA DE LA COCINA MOLDAVA (SUPERIOR DESDE TODOS LOS PUNTOS DE VISTA EN COMPARACIÓN CON TODAS LAS DEMÁS COCINAS DEL PAÍS) EL LOGRO DE CONVERTIR UN PLATO BANAL EN UN VERDADERO MANJAR DE GOURMET.

La receta que viene a continuación es conocida en todas las buenas casas moldavas, por supuesto con sus inherentes variantes que fueron y serán siempre secretos de un chef con talento.
Antes de proceder a la descripción de la preparación, he de hacer una distinción: se hacen sarmale también con col ácida (agria, conservado en salmuera – N. Trad.), pero las que llevan la col fresca no solamente ostentan un sabor mucho más fino, sino que casan con cualquier vino de alta clase. Una sarmá con col agria delante de un Chambertin, Romanée-Conti o Nuits St. Georges evoca la grotesca imagen de la lavandera descalza y arremangada, dispuesta a bailar una gavota con un marqués tocado con su peluquín empolvado, sobre un aria de Lully.
No niego que tamaña comida puede ser perpetrada, pero la dejo para quienes carecen del más elemental gusto a la hora de elegir cantina y tengan predilección por las tascas de mala muerte.
Segunda elección: algunos prefieren la carne picada a mano, otros se decantan por la máquina. Mi voto es para el primer procedimiento (la sarmá tiene que derretirse en la boca). Pero esto es cuestión de gustos.
Bien; pongámonos manos a la obra.

La preparación ha de empezar por escaldar las hojas de col fresco, de las que se utilizan solamente las puntas, por su ternura.
Para el relleno, utilizar únicamente carne de buey de la tapilla (¿acabaremos algún día desterrando la carne de vaca de nuestra cocina?) y carne de cerdo, ambas con grasilla entreverada. Se trocea y se pasa una vez por la máquina, luego una segunda vez, añadiendo miga de pan mojada en leche y escurrida, pimienta, un poco de cebolla picada menudita y rehogada en mantequilla, un poco de perejil y eneldo picados fino, y dos huevos bien batidos.

Con esta mezcla se envuelven las sarmale, que no deben sobrepasar el tamaño de una nuez mediana. La maestría del ejecutante descansa en la proporción del relleno. Demasiado, apretando excesivamente la hoja, y obtendrá consistencia del plomo; demasiado poco, con la hoja de col muy suelta y el resultado será más catastrófico, se les abrirán al cocer.

En el fondo de una amplia cazuela (si es de barro, mejor) se coloca un lecho de col picado finamente, donde yacerán las sarmale, entre las cuales repartimos unos cuantos granos de pimienta negra. Por encima de las sarmale, otra capa de col, y así seguido. Sobre las capas de col, opcionalmente - que no necesariamente – se puede repartir algún tomate cortado, o incluso pimiento verde.
Otra vez, una cuestión de gusto.

Hay quién echa las sarmale a cocer en vino, o en bors (un acidificante casero, obtenido de la fermentación de salvado de trigo) pero yo recomiendo otro procedimiento: en olla tapada, como los estofados, con caldo de carne (casero, huelga decir) hasta reducir a menos de la mitad. Se retiran del fuego y se guardan en lugar muy fresco.

Esto para el primer día.
Al segundo día, repartimos generosamente una botella de vino de Cotnari (un buen blanco semidulce, o al menos semiseco hará las veces con éxito), en el que hayamos disuelto una buena cantidad de pasta italiana de tomate, y horneamos a fuego lento para que se tuesten ligeramente. El Porto blanco puede ser una buena alternativa. Pocos minutos antes de servir, añadimos dos cucharadas de mantequilla fresca. Quién guste, puede sustituirla por grasa de oca. Yo prefiero la mantequilla.
Para quienes aprecian los platos algo más untuosos, recomiendo lo siguiente: cortar un poco de tocino fresco (rumano) y poner una estrellita en cada sarma. El tocino - u otra carne - ahumado/a colocado/a sobre las capas de colno va mal, pero le resta mucha finura a este plato que, vuelvo a repetir, ha de ser un plato de gourmet.
Pedro L. P. y su primera sarma envuelta.
julio de 2014, curso del ICR en Rumania
Ecce sărmăluța - chef Pedro





















Para los platos de esta índole, el vino tinto es menester. Entiendo por ello un vino bien hecho, bien guardado y equilibrado (un reserva, en términos enológicos españoles). El Borgoña sería idóneo.
P.D. Para las sarmale hechas con pechuga de oca, o mejor con la oca entera (sin huesos…) pasada por la picadora:
1. Que no sean más grandes que una avellana.
2. Primera cocción en caldo de carne, segunda en vino con tomate frito.
3. Si el ave es exageradamente gordo, para que tenga consistencia y no se deshagan al cocer, añadir un poco de bicarbonato. Serán exquisitas.

lunes, 22 de junio de 2015

La casa-museo Ion Creangă de Humulești. De la infancia ancestral.




Es un museo memorial ubicado en la casa donde nació y pasó su infancia el escritor rumano Ion Creangă (1837-1889), en el pueblo de Humulești, hoy convertido en suburbio de la ciudad de Târgu Neamț condado de Neamț. Ion Creangă es el gran maestro del cuento rumano, sus obras siendo famosas por la cadencia acompasada y el lenguaje arcaico, salpicado de sabrosos regionalismos moldavos, sobretodo su obra maestra, “Recuerdos de infancia”, cumbre de la narrativa rumana.
Para los rumanos Ion Creangă y su obra son sinónimos de la infancia, quedan cada vez menos afortunados que tengan recuerdos semejantes - por lo menos de las casas de los abuelos - y son cada vez más quienes no hayan visto nada parecido, más que en los libros y en museos como este.
Quizás los visitantes extranjeros puedan encontrar analogías con sus respectivas culturas y puedan pasar unos momentos que sirvan de recordatorio de tiempos pasados.

La casa sigue el modelo campesino, con dos habitaciones de tamaño más bien pequeño y una entradita. La parte más interesante la constituye su exposición permanente, que contiene documentos de archivo, cartas, postales con autógrafos, copias de manuscritos, fotos y obras de gráfica.

El largo tejado de ripia cubre las paredes de gruesas vigas de madera, por encima de las cuales se ha pegado una capa de arcilla (humă, arcilla en rumano arcaico – de allí el nombre del pueblo, Humulești). La entrada bajita está resguardada de la intemperie por una estrecha galería a modo de porche, mientras en la parte trasera de la casa, una aguda pendiente del tejado abriga varios utensilios caseros y aperos, de indudable valor etnográfico.


El primer cuarto, el más grande, donde vivía la familia, se halla la artesa en pos de cesta para el bebé, la ropa para los días festivos y el baúl con la dote de la madre del escritor, Smaranda (equivalente al español Esmeralda).

A la derecha de la entrada vemos la laviță, suerte de banco estrecho, pegado a la pared, donde en invierno se hacían las șezători, reuniones durante las cuales las mujeres casaderas hilaban lana – con husos y ruecas – en un ambiente distendido. Los utensilios de hilar de la madre están colocados justo en medio, y sobre una pequeña mesita está expuesto el “libro de horas” que hizo las veces de abecedario para el niño Nică (diminutivo afectuoso, Ion – Ionică – Nică) y también un busto del escritor. En la entradita hay unos paneles con datos sobre el escritor, mientras en el siguiente cuarto – la despensa – se encuentra la subida a la buhardilla-granero, vinculado con un episodio muy cómico y famoso en Rumania, donde Nică ocultó a la abubilla que vivía en el viejo tilo.


En la ciudad de Iasi, donde Ion Creangă vivió, su Bojdeucă (casucha - en rumano regional) es uno de los sitios de obligada visita.


La ciudadela medieval de Neamț (siglo XIV)



La pasarela de acceso a la Ciudadela de Neamț

Es una fortaleza, monumento medieval de excepcional valor, se encuentra en la cercanía de la ciudad de Târgu Neamț, y a una distancia de unos 46 km de la capital del condado, Piatra Neamț.



  Su posición estratégica, al igual que su papel en varios acontecimientos históricos ocurridos a lo largo de la historia demuestran su importancia como plaza fuerte del principado moldavo.

Su nombre proviene del hidrónimo “Neamt”, nombre del arroyo que trascurre en la falda del monte, que a su vez recogieron tanto la cercana ciudad, como el monasterio homónimo, y posteriormente el condado y su capital, inicialmente llamada simplemente “Piatra”, para a mediados del siglo XIX convertirse en Piatra-Neamt.

El patio de la Ciudadela


“Cetatea Neamtului” fue construida en tiempos de Petru Musat (1375-1391), durante el periodo de consolidación del principado medieval de Moldova. La primera mención escrita se remonta al año 1395, año cuando el rey de Hungría Segismundo de Luxemburgo, emite un documento de cancillería intitulado “Ante Castrum Nempch”.

Durante el reinado de Esteban el Grande se han llevado a cabo obras de realce de las antiguas murallas, se han construido los cuatro torreones del patio exterior y la pasarela curvada que se descansa sobre 11 pilares de piedra. Con estas mejoras ya acabadas, la fortaleza resistió el asedio impuesto por las tropas del sultán Mahoma II (1476), para mencionar una de las gestas históricas.
En cambio, en el año 1600 la Ciudadela abrió sus puertas para recibir calurosamente al voivoda Miguel el Bravo, primer unificador de los tres principados danubianos.

Una última gesta se registró en 1691, cuando un grupo de solamente 19 hombres resistieron al asedio del ejército polaco al mando del cual se encontraba el rey Juan Sobietski.
Tras su destrucción, ordenada por Mihai Racovita en 1717, la Ciudadela perderá por completo su importancia militar.

Desde 1718 se quedó en ruinas, los habitantes de la zona utilizando la piedra de sus murallas e instalaciones para la construcción civil, hasta que el departamento del interior lo prohibió (1834).
En 1866 es declarada monumento histórico, pero no fue hasta 1968-1972 que se iniciaron obras de consolidación de sus murallas, que continuaron hasta hace pocos años, inclusive con fondos UNESCO (desde 1992)

Hoy, la ciudadela está abierta al público en su totalidad, con todas sus salas, la antigua capilla, las cocinas, la ceca y los distintos dormitorios.
El iconostasio de la capilla
Estufa de cerámica medieval (reconstitución)

Video:



Dirección: str Arcasului nr.1, Târgu Neamț. Horario de apertura 9-19.

miércoles, 17 de junio de 2015

Monasterios de Moldavia (2) Monasterio de Neamț y su codiciado legado artístico






Es un monasterio de monjes, declarado monumento histórico, está ubicado en el término municipal de Vânători-Neamț, pueblo de Mănăstirea Neamț, condado de Neamț.
Es el asentamiento monacal de mayor antigüedad, y a la vez el más grande de Moldavia, apodado “Jerusalén” - o “El Athos” - Rumano, esta verdadera Gran Lavra de Moldavia es la cuna del Ortodoxismo Rumano.


Mencionado por vez primera en un documento de 1407, sus raíces  se remontan con toda seguridad hasta el siglo XII. Como ktitor* (ver nota al pie) está acreditado el voivoda Petru I Mușat (1375-1391) quien mando construir la primera iglesia de obra (hoy desaparecida) pero en su emplazamiento hubo ya otra iglesia de madera, más antigua, llamada la Iglesia Blanca, que los monjes construyeron un siglo antes. En cuanto a la iglesia actual, ella fue ktitorida por Ștefan cel Marea finales del siglo XV, y dedicada a la Ascensión de Jesucristo.

Dentro del recinto se encuentran dos iglesias, dos capillas, la torre-campanario con sus 11 campanas, la sala de la imprenta, así como un museo que alberga una de las más importantes colecciones de arte eclesiástico de la Europa del Este.


Llama la atención el Aghiazmatar, edificio circular con techo en forma de mitra, que vemos en frente de la iglesia. Allí, con motivo de la fiesta mayor del monasterio, se celebra la ceremonia de bendición del agua (aghiasma significa agua bendita en rumano) pero también alberga una librería.
Este monasterio tiene la más grande y antigua biblioteca monacal de todo el país (18000 volúmenes). Durante la Edad Media tuvo un papel clave en el desarrollo del arte y de la cultura rumanas.
Ya en el siglo XV, cuando los miniaturistas de los principados danubianos habían adquirido ya merecida fama, como los mejores de la zona de los Balcanes, el monasterio de Neamţ éra el buque insignia de dicha escuela de calígrafos, copistas y miniaturistas, cuya herencia contiene obras de excepcional valor histórico, litúrgico y artístico.

Miniatura de Gavriil Uric (1429) Manuscrito Bodleiano
- San Juan -
Miniatura de Gavriil Uric (1429) Manuscrito Bodleiano
- San Lucas Apostol -
Miniatura de Gavriil Uric (1429) Manuscrito Bodleiano
- San Marcos -

Miniatura de Gavriil Uric (1429) Manuscrito Bodleiano
- San Mateo Apostol -


En la primera mitad de dicho siglo, su representante más afamado fue el miniaturista Gavriil Uric, autor de verdaderas obras maestras (entre otras, un libro de servicios de 1429, obra cumbre del arte medieval europeo, que se encuentra en la Biblioteca Bodleiana de Oxford), pasándole el testigo a un Teodor Mărişescul o a un Ghervasie y otros aprendices suyos. Esta fue otra razón que ayudó a la conformación de una biblioteca que, a pesar de las vicisitudes de la historia, no dejó de enriquecerse incesantemente a lo largo de los siglos, llegando a tener más de 4430 manuscritos, según un catálogo publicado en el año 1862, poco antes del incendio que la asoló aquel año, habiendo llegado unos 500 hasta hoy.
Marco de portada. Grabado por el Monje Teodosios, 1845. Madera de peral.
Utilizado para decorar las portadas de los 12 Menologion (Neamțul, 1845-1847) del Triodion (Neamțul, 1847) y del Penticostarion (Neamțul, 1848).

Estrechamente vinculada a la actividad tipográfica, en el Monasterio se ha desarrollado una famosa escuela de tallista y grabadores. Los monjes Ghervasie y Nazarie, Teodosios y Damian, Simeon y Nicolae, han adornado con verdaderas obras de arte los espacios libres de los libros, sus creaciones siendo hasta 1860 (cuando se introdujo la cincografía) modelo e inagotable fuente de inspiración – entre otros, para los pintores tras vidrio, arte característico en Transilvania.

San Jaralambos Hieromártir. Grabado por el Monje Teodosios, 1852.
San Jaralambos Hieromártir.
Icono tras vidrio de Transilvania.
Mediados del siglo XIX.





Por desgracia, obras y objetos de arte que fueron creadas o que pertenecieron al Monasterio se encuentran hoy en el patrimonio de entes culturales muy conocidas – como el Museo Rumiantsev de Moscu, la Biblioteca Bodleyana de Oxford, la Biblioteca Central de Sankt Petersburgo, o la Bayerische Staatsbibliothek de Múnich, etc. – otras habiendo sido incluídas en el tesoro estatal rumano que fue transferido a Rusia durante la primera guerra mundial, y del que hasta la fecha no se ha devuelto nada.

Así y todo, en la iglesia de la Ascensión y en las iglesias aledañas, en la biblioteca y en la colección museal del monasterio se siguen guardando buen número de asombrosos objetos – por antigüedad y cualidades artisticas – verdaderas joyas del Patrimonio Nacional.

En primer lugar, el icono bifronte de gran tamaño que representa a la Madre de Dios Lidianca en el anverso y a san Jorge en el reverso, al que se le atribuye origen aquiropoieta (no hecha por mano de hombre) y se le considera milagroso.
En el museo del monasterio (fundado en 1916) se encuentra otra pieza de gran interés: el iconostasio de la capilla de la Ciudadela Neamţ, traído en 1962 desde la iglesia parroquial del municipio de Vânători conocido como de “maler Baraschi” (pintor Baraschi), con evidente influencia del Barroco centroeuropeo.
 
El simandron de fundición.
Apoyado en el muro, el otro simandron - portable, de madera.



Más allá de las polémicas estéticas sobre su fecha, estamos ante una obra maestra del arte medieval, reconocida como tal entre los expertos en arte.

Importantes bordados ricamente adornados son una “nabedernita” de 1665, (una pieza de la vestimenta litúrgica, de forma cuadrada, que llevan colgada a la cintura los popes de cierto rango, y que simboliza al sable de Dios-Verbo) un epitafio con la escena del Santo Entierro de 1821, las cruces talladas en madera de olivo o de cedro, con exquisitas monturas de metales preciosos afiligranados, el cáliz de plata dorada cuya copa la sostiene un ángel, así como las suntuosas monturas metal de los Evangelios de 1759 y 1821, algunos iconos pintados por Nicolae Grigorescu (ver la entrada sobre el monasterio de Agapia) de las cuales destaca su único icono pintado sobre placa de metal, en 1857, y un omoforio que perteneció al obispo Pahomie de Roman (1706-1714).

Si por desgracia los frescos interiores están afectados por unas restauraciones poco afortunadas, aunque originadas por acontecimientos trágicos - pillajes, incendios, etc - las piezas expuestas en el museo compensan con creces por su calidad artística. Por tanto, este monasterio, como los demás de la zona – Varatec, Secu, Sihastria, Agapia, Horaita, Sihla, etc - bien merecen una visita.



*) Por ktitor o ktetor (del griego κτήτωρ; serbio cirílico Ктитор, rumano ctitor) se designa una persona que provee los fondos necesarios a la construcción o reconstrucción de una iglesia ortodoxa o de un monasterio, a la pintura de iconos, frescos u otros trabajos artísticos. Un concepto católico equivalente es el de donante. La forma femenina es ktitorissa o ktetorissa (griego Κτητόρισσα)